Datos personales

Mi foto
Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

lunes, 30 de mayo de 2011

SUNGLASSES

                  LAS GAFAS DE SOL

        
    Leticia se moría de risa cuando veía a su abuelo y sus gafas oscuras. Se puede decir que se desternillaba de risa. Nunca había visto una niña tan risueña. Era difícil sentirla protestar, llorar o quejarse. Sus ojos de un color negro azabache denotaban, además de tranquilidad, felicidad a raudales. Le sobraba y la contagiaba a todas las personas que la trataban. Sólo tenía cinco años de sueños infantiles.
                Con su abuelo, su comportamiento era tranquilo. Se sentaba a horcajadas en sus rodillas huesudas, cara a cara, mirándole y observándole  e intentando descubrir qué aspecto tenían sus ojos a la luz de la tarde.
 -Esas gafas abuelo ¿para qué son?
 -Me protegen del sol y de la tristeza.
               -Entonces ¿nunca estás triste? ¿Ni cuando estás en el hospital con la abuela?
               -¿Tú me has visto alguna vez llorar o enfadarme? -
               Leticia jugaba con los botones de la camisa y se detuvo a pensar sin perder un ápice de interés. Él ya esperaba el siguiente interrogatorio.
               - ¿Y dónde compraste estas gafas?
               -En ningún sitio. Si las quieres te las tiene que regalar alguna persona que ya no las necesite.
                -¿Me las regalarás  tú cuando no las uses?
               -¡Pues, claro! El día que tú me las pidas,  "seguro" que ya no las necesitaré.
               -Y ¿eso cuándo va a ser?-quiso saber.
               -Depende exclusivamente de ti. Tú nunca estás triste, siempre ríes y te diviertes. No lloras y me haces ser  feliz continuamente. En estos momentos no las necesitamos ni tú ni yo.  Por eso ahora sólo me protegen del sol. -aclaró. 
               Se quitó las gafas y Leticia pudo ver unos ojos brillantes, enmarcados en gruesas arrugas que le hacían un guiño a sus preguntas.
               Ya habían pasado cuatro meses desde que la abuela rompió la pierna y se cayó. La habían operado urgentemente y la recuperación había tenido altibajos. Las temporadas en el hospital no conseguían que su estado mejorara lo suficiente  y se restableciera. El abuelo andaba ajetreado con las visitas. Dejaba a Leticia en el colegio por las mañanas y, sin demora, cogía el bus para quitar un poco de soledad a la abuela. Siempre llevaba sus gafas de sol y allí, en la habitación, trataba de infundirle esperanza y un poco de alegría. Le contaba las peripecias de Leticia, sus preguntas y sus ansias de saberlo todo. Regresaba después de dejar cientos de caricias y la felicidad en los ojos de la abuela.
Y así pasaba sus días: nieta, autobús, dolor-esperanza, despedida, gafas de sol, nieta y volver a empezar.
               El desenlace tuvo lugar seis meses después. Leticia no entendìa nada. Le contaron que la abuela se había ido no sé dónde  y que era mejor así porque lo estaba pasándo  muy mal. Sin embargo los cambios que observó en el abuelo demostraban lo contrario.
               Ahora iba su mamá a buscarla al colegio y, cuando llegaban a casa, siempre encontraba  el abuelo sentado en el comedor con las gafas de sol puestas y, aunque en sus labios  se notaba alegría , algo en su corazón la llenaba de tristeza y ...
               Se abrazó a él con todas sus fuerzas y le susurró al oído
               - Abuelo... -y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas.
               - ¿Quieres las gafas de sol, verdad? -se adelantó. Se las quitó y se las colocó a su nieta.- Te las regalo. Yo ya no las necesitaré más.
                -¿Ni para proteger tus ojos del sol?
               El abuelo sonrió y Leticia pudo ver otra vez,  a través de los oscuros cristales, recuerdos de felicidad en sus ojos.
      
 

1 comentario:

  1. Pues yo te he visto llevar gafas de Sol en días nublados; mi tía también lleva, pero ella a diferencia, sigue teniendo mala leche (cuando es necesario (es por si lo ve su hijo))

    ResponderEliminar