Encontrar aquella gallina supuso la salvación del pueblo y
su prosperidad.
Ninguno de sus habitantes había visto un animal de aquellas
características. Tenía alas y no volaba, cacareaba y no se le entendía, ponía
huevos, como todas, pero no se podían comer. ¡Eran de ORO! Y ¿para qué queremos
nosotros unos huevos de oro? Hasta que descubrieron los mercados financieros.
Fue entonces cuando la vida tranquila y apacible de la villa se hizo añicos.
En la
asamblea de ancianos se discutió la forma de utilización de los huevos de oro.
Se supuso que la gallina seguiría poniendo los dos huevos cada día a lo largo
del año y se encargó al maestro del pueblo los cálculos aproximados de las
ganancias. El pueblo sería el encargado de alimentarla y el propio alcalde el
encargado de recoger las preciadas perlas doradas y almacenarlas.
Entre
las primeras decisiones que se tomaron por unanimidad, a petición del alcalde, fue
repartir un huevo a cada una de las
familias del pueblo, tres para el alcalde y dos más para el resto del consejo
de ancianos, el cura y el maestro economista.
En pocos
meses el peso de los huevos alcanzó valores insospechados y surgieron los
primeros proyectos del alcalde y sus allegados. Contrataron mejores
gestores y con ellos, no sólo se
gastaron lo almacenado sino los huevos de los dos próximos años. Podríamos
decir que se quedaron en pelotas.
A pesar
de esto estaban eufóricos y se les veía en todos los rincones del pueblo y en
círculos externos haciendo planes y más planes de futuro sin darse cuenta de la
presencia de la zorra que contemplaba la gallina desde los olivos que
circundaban la iglesia.
Pero el
mal no vendría de fuera, era intrínseco a la propia naturaleza gallinácea. A
los nueve meses la gallina dejó de poner huevos y la preocupación se adueñó de
todo el pueblo, sobre todo del alcalde. Consultaron con los mejores
veterinarios, sin revelar los motivos exactos de su preocupación, y fueron
tachados de ignorantes. Todas las gallinas presentan períodos de descanso en su
puesta. Pero, ¿cuánto tiempo se iba a alargar el descanso?
En las
reuniones celebradas en el ayuntamiento a puerta cerrada elevaron el tono de
las discusiones. En todo momento el que llevaba la voz cantante era el alcalde
y, según él, todo se había ido al traste por la puta de la gallina.

Y pasó
el tiempo y el hambre y la depresión se instaló en el pueblo y en sus
habitantes. La gallina seguía con sus puestas de cuatro huevos y el alcalde,
rompiéndolos uno tras otro en busca de la mina perdida.
Cuentan
que una mañana la gallina desapareció y sólo encontraron, bajo los olivos detrás
de la iglesia, sus plumas mezcladas con seis pequeños e incompletos huevos de oro.
A las gallinas incomprendidas
A las gallinas incomprendidas
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