A la esperanza y, sobre todo, a los que han sufrido la espera.
Caminaban los dos en silencio. La visita de su hijo -ya de 9 años-, después de cuatro sin tener contacto con él, lo había dejado sin palabras, sin actuaciones, sin defensa pero lleno de ilusiones nuevas. Ahora se dedicaba a buscar sentido, a disfrutar de aquel encuentro después de tanto tiempo pidiéndoselo a su mujer que lo había abandonado al no poder soportar la presión de toda una vida. Circunstancias especiales habían incidido directamente en este cambio de actitud de Clara que había viajado desde Burgos sólo para que Mikel pudiera, al fin, estar unos días con su padre en Getxo.
La calle estaba llena de sombras amables y hacían del paseo un momento especial. Eran las 6 de la tarde y, a pesar del sol que quería broncear a los transeúntes, las sombras continuas de aquellas acacias mantenían una temperatura muy agradable para pasear a esa hora temprana.
Decidió parar en el parque de siempre. Se sentaron los dos juntos y en silencio. Todos los servicios del parque estaban desiertos. Eran todos para ellos. Bueno, para Mikel Ion. Fue el padre el primero en romper el momento.
-¿No subes al tobogán? – preguntó -. Era tu diversión favorita cuando te acompañaba después de salir del Ayuntamiento. Mira. - señaló con la mano- Ahí vivíamos antes. En el piso tercero. Aquel era el balcón desde donde te enviaba besos tu madre cuando jugabas con tus compañeros aquí ¿Lo recuerdas?
Los dos se habían girado en el asiento, mirando el edificio lleno ahora de geranios colgantes en los balcones.
-Lo que recuerdo, Aita, es a un señor de bigote que siempre nos acompañaba a todos los sitios y se sentaba un poco alejado de nosotros, ¿quién era? –se interesó Ion.
-¡Patxi! –exclamó incrédulo-. No me digas que recuerdas a aquel bigotudo. Te quería un montón.
-¿Y por qué siempre estaba con nosotros? ¿Era alguien de la familia?
-No. No era de la familia directamente. Estaba –lo pensó un poco- para ayudarnos. Digamos que se preocupaba por todos nosotros -concluyó.
-Era un poco extraño. Siempre que íbamos a subir al coche, se arrodillaba y miraba debajo, aunque estuviese lloviendo, como si hubiera perdido algo importante.
-Le gustaba comprobar si estaba pinchada la rueda de repuesto del coche –bromeó el padre y cambió de tema-. Anda, aprovecha y sube al columpio. Quiero ver cómo has progresado en tu impulso.
Julen esperó ver a su hijo balanceándose como en los viejos tiempos pero las imágenes volvieron a su mente tan nítidas, sin cortes ni censuras, que retrocedió cinco años atrás cuando Ion tenía solamente 5 años. Intentaba ser feliz y libre y no podía. Y allí estaba Patxi como símbolo de sus ataduras y de su libertad condicionada. Y allí estaba su mujer, Clara, deprimida, que acabó llevándose a su hijo lejos, al no poder soportar la presión. Y allí se quedaba él con la soledad, con Patxi y la sinrazón con la que tuvo que convivir cuatro años más.
Los vuelos libres de Ion lo volvieron al presente y a la nueva realidad. Ion reía y le gritaba impulsándose con todas sus fuerzas.
-Ves Aita ¡No hace falta que me empujes! –gritaba-. Puedo hacerlo yo sólo. En Burgos, con los abuelos, jugaba un montón. Había un columpio enorme…
Su voz iba y venía en su balanceo, cada vez más corto, hasta parar completamente. Ion se acercó a su padre y, sin querer, vio las lágrimas en sus ojos.
-¿Echas de menos a Patxi, verdad? –preguntó con tristeza.
Julen abrazó fuertemente a su hijo antes de responder. Sollozaba.
-Echo de menos no haber podido llorar antes –y se tragó la amargura de sus recuerdos.
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