Apenas respiraba. ¿Eran sollozos? Sus movimientos se habían reducido a una sola esperanza de poder conseguir ayuda. Estaba exhausto, era pequeño, minúsculo, no sabía hablar, era un proyecto nada más. Y la esperanza llegó en forma de hormigas hacendosas y altruistas.
La primera le proporcionó una pequeña brizna de una hoja de sauce y el Ser pudo protegerse de la intemperie que le calaba los huesos.
La segunda llegaba con la mitad de un grano de trigo. Su ofrenda fue aceptada inmediatamente y así, el Ser, se alimentó y pudo empezar a mover sus extremidades y a fabricar el calor interno de su cuerpo de semilla.
La tercera, una simple gota de agua de rocío. Una transparente joya, producto de la naturaleza de la mañana y el Ser calmó su sed.
Ahora tocaba esperar, pensaban las hormigas. Tendremos un aliado.
Y el Ser creció lentamente para él pero rápidamente para las hormigas que habitaban a su alrededor. Y se fue haciendo grande, enorme para el paisaje donde se encontraba. Las fuerzas regresaron a su cuerpo, se desperezó, se irguió y sus pasos fueron enormes y contundentes. Lejos, en altura, del mundo que lo había ayudado empezó a caminar y sus pisadas sembraron el desconcierto primero y la desolación posterior. Miles y miles de hormigas, hacendosas y altruistas, perecieron bajos sus pies. Cuerpos estrujados que le hacían de mullido colchón. Sus gritos y quejas, impropios de seres inferiores, jamás pudieron alcanzar en ninguna longitud de onda el pabellón de la oreja del Ser.
Y se entregaron a ese Ser, sin conocerlo, sin saber que su futuro depende, ahora, de una brizna de hoja de sauce, de la mitad de un grano de trigo y de cualquier gota de rocío transparente.
A los que viven en las alturas, después de ser proyectos. Para que miren el polvo del suelo.
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