A la solidaridad de las personas. Sin ella no existiría la fantasía ni otros cuentos.
Lo conocía todo el pueblo: personas mayores, jóvenes y niños. Incluso los perros, que deambulaban en solitario por las calles, se acercaban a saludarlo y buscar, si puede, un mendrugo de pan duro con el que aliviar su hambre canina.
Vivía en Moaña, un pueblecito costero de las rías Bajas gallegas, y se había convertido en un hijo adoptivo desde que, allá por los años cincuenta, se dejó caer por el pueblo con doce años. Aquí rehizo su vida sin saber cómo, un poco de eso y otro poco de aquello le fueron dando las pocas alegrías con las que hubo de arreglarse.
Cuando cumplió los cincuenta, regresó de un viaje con un paraguas colorado, bastante grande, bien colgado de su brazo izquierdo o sobre el hombre derecho como si fuera el mosquetón de los soldados en los desfiles de la victoria. Al llegar a la puerta de su casa lo colgó de un gancho, como si su sitio fuera predefinido desde hacía mucho tiempo para tal fin. Allí se quedaría, el paraguas, hasta el momento en que fuera necesaria su utilización.
Y aquí empieza su historia, la historia del paraguas de Norberto. Creo que ni el propio protagonista se imaginó la importancia que iba a tener el paraguas en esta historia. Sucedió un domingo a media tarde. Una fuerte tormenta sacudía el pueblo y Norberto decidíó salir por vivir y contar una nueva experiencia. Su sorpresa fue en aumento al comprobar que su paraguas se ensanchaba enormemente y iba acogiendo bajo sus alas a un transeúnte tras otro hasta que aquello parecía, no un paseo de uno o dos, sino una verdadera procesión con mas de cincuenta personas. Y todas cabían bajo el paraguas.
Norberto, a raiz del acontecimiento, fue probando su utilidad y constató que con sol o con lluvia, su paraguas tenía el don de ampliar su capacidad a medida que se necesitaba. Se ensancharon, a instancias del propio Ayuntamiento. algunas calles para que el paraguas pudiera pasar holgadamente, y facilitar que más personas disfrutaran del acontecimiento.
Tanta fama llegó a tener que las visitas al pueblo se duplicaron, triplicaron inmediatamente. Todo el mundo quería ver el paraguas colorado de Norberto. Y no se contentaban sólo con verlo, hacerle fotografías, sino que aprovechaban las situaciones para darse un paseo bajo su protección si llovía o hacía sol.
Las noticias de las principales televisiones y radios se hacían eco de una historia inverosimil que no tenían más remedio que aceptar. No había trampa ni cartón. Aquel paraguas era único.
Cierto día un golpe de viento provocó un pequeño siete en una parte del paraguas y, aquello, se convirtió en la noticia estrella. Se televisó el apaño que Norberto ideó para coser sobre el roto otro trozo de tela colorada aunque de diferente tono. Cantaba un poco pero el servicio continuaba siendo el mismo.
Pasaron los años y el paraguas seguía colgado en el mismo gancho al lado de las escaleras de acceso a la casa de su dueño. Fueron cientos de reportajes, fotografías, dibujos los que se hicieron y realizaron del famoso paraguas. En toda Galicia nadie podía decir que no conocia las bondades y servicios que ofrecía.
Y llegó el fatal día, quince años después, cuando Norberto, sentado en las escaleras de su casa, dejo de respirar sin que nadie se diese cuenta. Bueno, nadie no, el paraguas se había abierto y, como si se tratara de un último servicio, protegía del sol todo el cuerpo de aquel benefactor que nadie había llegado a conocer en profundidad.
A sus funerales acudieron de todos los alrededores. Se establecieron cuatro días de luto y enterraron a Norberto en un bello panteón de granito rosa porriño adornado con elementos referentes al tiempo y, además, con dos paraguas entrecruzados, como símbolo de agradecimiento.
Ahora todo había cambiado. Mientras el paraguas seguía colgado en su gancho de la casa de Norberto, mudo, lleno de polvo y olvidado, la tumba de Norberto era visitada por multitud de convecinos y otros visitantes. Se había convertido en un icono para el pueblo y salía en todas las guías turísticas como uno de los lugares más emblemáticos para visitar.
A pesar de la necesidad imperiosa que tenía el pueblo de los servicios del paraguas, nadie osaba utilizarlo. Estaban convencidos que sus propiedades se habían enterrado con el propio Norberto
Lo que no sabían todos los que acudían en peregrinación y que nadie se atreve a contar era que Norberto los observaba, sentado en la tumba contigua con las piernas cruzadas, y los despedía con un gracioso y cariñoso “corte de manga” quedando en su mano derecha dibujada perfectamente una “peineta”. Mientras, un pensamiento se dibujaba en su sonrisa : ”a buenas horas mangas verdes”
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