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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

martes, 14 de junio de 2011

PETER, EL AMOR SECRETO DE RACHEL

Era la primera vez que se encontraba "solo". Estaba desorientado y por más vueltas que daba todo  resultaba extraño, extremadamente grande  y desconocido. ¿Dónde estaba su hermano Coro? ¿Y sus hermanas Claudia y Rufa? Aquello era para volverse loco. ¿Y sus compañeros que ladraban tanto que no le dejaban pegar ojo en toda la noche? Ahora lo comprendía ¡Estaba secuestrado! Las caricias  que le habían proporcionado antes de colocarlo en aquella cajita de cartón mullida con una mantita de tacto adormecedor habían sido un engaño. Se dejó llevar inocentemente, sin desconfiar…

Recordaba que unas manos suaves lo extrajeron de la caja de cristal, lo colocaron en un cálido regazo y  le recorrieron en forma de caricia  todo el dorso desde la cabeza a la base de la cola, una y otra vez. Hablaban en un idioma raro que no alcanzó a descifrar ni el significado ni las intenciones pero sí el placer y el repelús de unas caricias.
Y allí estaba en el medio de un salón  mucho más amplio que su caja de cristal transparente sin ninguna visibilidad al mundo exterior. La puerta cerrada a cal y canto y las ventanas a tal altura que, por más que lo intentarse, nunca llegaría  a poder asomarse.
 En un rincón habían depositado un recipiente con un poco de leche y, en un plato adjunto, algo de comida. No tenía mal aspecto pero, por prudencia, mejor no comer nada. Detrás y al lado de un sofá, la caja de cartón con la manta de colores a la que le habían seccionado  un lateral para facilitar el "acceso" a su interior.  En esos momentos fue lo que decidió. Tumbado sobre la manta  esperaría acontecimientos.
El clic de una llave en la cerradura lo puso en guardia. Se le erizaron los pelos del lomo, cambió la expresión de su cara, enseñó sus dientes y se dispuso a vender cara su juventud.
Peter pensando
-¿Peter? ¿Qué hace mi chiquitín? –fue lo primero que pronunció Raquel antes de volver a cerrar la puerta. -¿Me has echado de menos, verdad?
-Uy, uy, uy! Esta debe ser la secuestradora. Y no me llamo Peter, ¡me llamo Pedro! - y emitió un bufido de león manso y ocultó su cuerpo en un rincón de la caja.
Sin soltar los dos paquetes de la compra Raquel se puso de cuclillas delante de la pequeña mansión de su gatito recién adquirido. Era una preciosidad. S0lo tenía dos meses y había quedado enamorada de su pelo blanco y negro. Algo en sus ojos la convenció a pesar de haberse prometido nunca tener un animal de compañía en casa. No disponía de tiempo necesario para sus cuidados. Y ahora, ahí estaba, no había vuelta atrás. En el fondo pensó que merecía la pena. Ahora siempre habría alguien esperándola en casa.
Se irguió, dejó la mercancía sobre la sobremesa de la cocina y volvió donde su enamorado. Lo robó de la caja y lo colocó en su regazo. Se sentó en el sofá  y  lo acarició con suavidad. Después lo levantaba con las dos manos y lo zarandeaba sin dejar de mirarlo. ¡Qué pequeñito era!
-Miau, miau, miau, ¿quieres soltarme de una vez?
-Hoy mismo te compraré una canastilla para que duermas cómodo y abrigado todas las noches.
Ahora Peter pudo ver de cerca su cara. La secuestradora sonreía y parecía feliz. No le veía malas intenciones pero él se sentía cada vez más atemorizado. Movió sus patas traseras como pudo y con energía  hasta que consiguió que lo volviera a depositar en el suelo.
-Pfufffff, fuffffff- bufó. -Menos mal que me has dejado. Te iba a morder en un dedo o arañarte la cara.- fue el pensamiento fugaz de su alma felina.
 Se sacudió un poco y levantó el rabito en señal de triunfo.  El esfuerzo y la sorpresa le dieron  sed y con decisión se acercó al cuenco de leche y lamió  lentamente un poco  hasta calmársela. Después probó la comida con desconfianza. Tenía buen sabor  y, sin perder de vista a la desconocida, comió un poco más. Después de relamerse  los laterales de su hocico, se sentó, inclinó la cabeza hacia su derecha y  mantuvo su mirada fija en la persona que lo observaba desde el sillón, poniendo especial atención a sus movimientos.
-¿Eh, tú? ¡Tengo que hacer pipi! ¿No querrás que lo haga en el medio del salón o dentro de mi cama? Miau, miau,… - Se movía en círculos persiguiendo su propia cola.
Raquel lo miraba embelesada. Miraba cómo daba vueltas en busca de la cola, cómo se acercaba a la comida otra vez, cómo entraba en la caja donde estaba la manta, cómo salía de nuevo y como se hacía pipi en el medio del salón.
-Te lo dije. –Señaló la marca de sus poderes
                Raquel se deslizó del sofá y se acercó lentamente reptando hasta casi tocarlo con la mano. En su lugar alargó el dedo índice de su mano derecha y lo movió  sinuosamente delante de sus narices. En un principio Peter no hizo nada sino seguirlo con su mirada. Después intentó atraparlo con su pata derecha primero, después con la izquierda, pero siempre se le escapaba. La solución fue lanzarse de golpe sobre el juguete animado con las dos zarpas y con la boca. Era su momento de caza y de gloria.
                - ¡Para, para, fierecilla! – Susurró Raquel- ¿Quieres comerme el dedo, eh?
Peter disimulando
                De un golpe lo atrajo hacia sí y le hizo carantoñas en todas las partes del cuerpo. Las más placenteras en la barriguita. Peter entregó la confianza a aquella desconocida que no paraba de proporcionarle los momentos más dulces y entrañables de su vida. Se dejó hacer y no paró de mover sus patas traseras y delanteras riéndose como  un descosido.
                En una tarde Peter disponía de todas las comodidades posibles para su estancia en aquella casa  y su adaptación fue meteórica. La caja de cartón fue sustituida por una canastilla de colores con un blando y mullido colchón  que junto con la manta era símbolo de suavidad y confort. En otro rincón Raquel había preparado una caja rectangular con arena en su interior. Peter lo recorría y probaba todo. Saltaba los bordes de su cama, caía de hocicos y se volvía a levantar. Visitó la caja de arena y probó con su pata hacer agujeros.
                -¡Me gusta este cuarto de baño! Miau, miau.
                Todas las noches cuando Raquel se ausentaba para ir al trabajo, los ojos de Peter se mantenían cerrados.  Raquel trataba de no despertarlo caminando de puntillas hasta la puerta de salida, la abría y la cerraba, pero antes de que la llave diera la primera vuelta, de los ojos de Peter  se escapaban y resbalaban lágrimas de colores que no podía contener.
                -Miau, miau, mañana ya no lloraré. –se lo prometió a sí mismo. Palabra de gato.
                Tres días después, Peter ya adivinaba, al momento, la llegada de Raquel. No esperaba en su canastilla nueva. Se sentaba delante de la puerta y sin pensárselo dos veces se lanzaba hacia los pies de su salvadora circulando a su alrededor y rozando todo su cuerpo  contra sus piernas esperando que lo cogiera y se repitiera, como en el día anterior, el juego de las cosquillas en la barriga para defenderse como gato panza arriba.
                -Miau, miau, miau.

                Para una doctora muy especial que le gusta el cortado y usa el tocador como los gatos

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