“¡Déjame! ¡Déjame en paz! No puedo seguir así…”
Sus miradas al
espejo lo hundían en las tinieblas de su
reflejo…
“Estoy perdido”
Lloraba y no sentía
desahogo ninguno. Los puños contra el borde del lavabo, la cabeza inclinada,
vencida, ida,…
Y allí estaba su madre, su apoyo, su única esperanza, abrazada a
su cintura y susurrando palabras de tranquilidad, de sosiego.
“Debes aguantar, hijo. Sólo serán dos o tres crisis, cada vez más cortas y
luego vendrá el dominio y el control de tu vida. Insiste, hijo, insiste. No
desfallezcas. Sabes que estoy y estaré a tu lado para siempre.”
Las lágrimas se secaron y no hubo avances. Todo era un retroceso infinito. Necesitaba un estímulo externo, -como siempre- y estaba
dispuesto a conseguirlo por encima de todo.
“¡Perdóname otra vez ma…! ¡Sólo lo haré una vez más! Lo juro.
Es lo que necesito. Me corroe por dentro, no me deja respirar.."
Cerró el corazón y abrió ilusiones demasiado profundas.
“Además, por otra vez, no puede pasar nada. Me aliviará. Ya
lo verás. Estaré mejor y con la cabeza despejada podré decidir con sentido mi
futuro…”
Se giró pero no pudo despegarse del abrazo de su madre. Y en
un arranque ya de cólera…
“¡Suéltame! Sólo una vez más, sólo una vez más, sólo una vez
más…”
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Salió de su casa danto tumbos, sin rumbo, pero con un
objetivo bien premeditado y mal planificado. Intentó perderse en las calles de la
ciudad. Caras borrosas e inexpresivas se cruzaban con él. Se apartaban con
brusquedad y, de nuevo, sentió odio. Después repetía y repetía..
“Sólo una vez más, sólo una vez más, sólo una vez más…”
Allí, en la esquina, adosó su espalda a la pared abandonada. Temblaba. Todo su
cuerpo temblaba. Extrajo de su bolsillo el estilete que tantas veces había
utilizado para sus “conquistas”. Lo empuño con fuerza y se dispuso a obtener lo
que más ansiaba en aquellos momentos. Esperó hasta sentir unos pasos cercanos
de cualquiera. ¡Qué importaba! Algo tendrá para él, para esta última vez.
“Sólo una vez más, sólo una vez más, sólo una vez más…”
Allí estaba su presa. Presionó más el estilete. Dobló la
esquina y…
“Quiero todo el dinero que llevas encima, el reloj, las
joyas. ¡Las necesito!”
Y así, como por inercia, la hoja del estilete se hundió en la
incertidumbre de lo desconocido. Se fue
inclinando con la sombra ensartada hacia el suelo exigiendo su recompensa.
“¡Lo quiero todo, todo!”
Y siguió apretando con saña hacia lo infinito
¡Entrégamelo todo, todo!
“Aquí tienes todo lo que queda”
En sus sueños sintió cómo aquella sombra, que se desvanecía en sus recuerdos, lo estrechaba entre sus brazos mostrando la mano con su recompensa
“¡Tómalos, hijo, tómalos! ¡Sólo una vez más…!
A nadie
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