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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

domingo, 31 de julio de 2011

AGUA



Miraba el agua del mar desde la arena sin atreverse a tocarla. Atento a las pequeñas envestidas del oleaje, sus pies estaban en una tensión continua. Sabía que su cuerpo era agua, solamente agua y quería disfrutar un poco más de aquellos momentos que le brindaba ese poco de la soledad de la playa.
Esquivaba con movimientos muy rápidos cualquier contacto con el líquido elemento, se impulsaba hacia atrás como jugando a saltar de  piedra en piedra o de montículo en montículo.
En sus juegos estaba que no se percató de la presencia de dos niños que lo contemplaban  y se reían de sus movimientos de loco marinero.
-Es que no puedo tocar el agua. Me disolvería y desaparecería en un instante. – les explicaba mientras retrocedía un poco más para protegerse del contagio y levantaba los brazos como espantapájaros para mantener mejor el equilibrio.
En respuesta, los chicos, se lanzaron al agua entre gritos. Chapoteaban y  con un sonsonete se burlaban:

-¡Le tienes miedo al agua! ¡Le tienes miedo al agua!  No hace nada. No ves que no hay olas grandes ni peligrosas…
-Ya veo que no hay olas peligrosas. – les interrumpió.
Los dos jóvenes bañistas se acercaron un poco más a él.
-Yo soy como la sal o el azúcar,-continuó-. Me disuelvo en el agua que es donde vivo normalmente. Si me colocáis en un vaso de agua me disuelvo, desaparezco de la vista de todos, no se me ve, pero os aseguro que sigo ahí,  – esperó su asentimiento.
Y para demostrar sus afirmaciones  introdujo lentamente la punta del pie derecho en el agua de la ola que se retiraba y ¡milagro!, sus dedos desaparecieron como por arte de magia.
La expresión de aquellos jóvenes cambió de color y se convirtió en incredulidad ante algo completamente mágico e inexplicable. Se inclinaron para observar de cerca que el pie carecía de dedos.
-Recordad que nuestro cuerpo está compuesto sobre todo de agua en su mayor parte. Así vivo yo, como parte del agua. Muchas veces quedo al descubierto sobre la arena y el sol de la tarde hace que me vuelva visible. Es cuando aprovecho para cambiar de dimensión.
Más personas eran atraídas por la imagen de aquel ser desnudo que no paraba de moverse esquivando las olas jugando como los niños.
No hubo más explicaciones.  Se lanzó a todo correr hacia mar adentro. Saltaba y chapoteaba e iba desapareciendo en trozos  extravagantes hasta que únicamente era la espuma de las olas la que jugaba sobre la superficie del mar.
Por más que intentaron seguirle fue imposible localizarlo. Había sido tragado literalmente por las olas y no había quedado rastro de su presencia salvo unas huellas medio borradas sobre la arena. ¿Sería cierto que era agua?
En las crestas de las olas más elevadas uno de los chicos pudo vislumbrar algo parecido a una silueta que le hacía señas con unos brazos transparentes invitándoles a dar un chapuzón en su compañía.

sábado, 30 de julio de 2011

TRABAJAR ES UN CUENTO

A toda la historia perdida en muchos rincones del Planeta, transformada ahora en simples cuentos.

Érase una vez un pueblo de montaña, de la zona del Bierzo, en León, con la mayoria de las casas abandonadas y muchas de ellas sin tejado, desnudas las paredes y faltas de vida. Uno de esos pueblos que la industrialización con su emigración  los condendó a la indiferencia  prematura de su historia.
Calles preciosas llenas de flores silvestres que ahora hasta impedían el paso en algunos de los rincones antes tan transitados. Lo más cuidado era la iglesia con su torre cincelada en piedra que le daba una especie de vacuna contra el olvido.
Jesús, el único habitante fijo del pueblo, con sus 58 años , todavía tocaba la única campana para comunicar a todo el valle, que se extendía a sus pies, su presencia, su necesidad de compañia y sus gritos contra la soledad.
Un domingo del mes de Junio, apareció en el pueblo un hombre bien parecido que decía llamarse Fernando. Llevaba 3 días caminando sin rumbo fijo. Había salido en manifestación hacia la capital y se despistó a medio camino cuando tomaba una cerveza para hacer un alto en el trayecto.  Jesús lo recibió con los brazos abiertos y empezaba a creer que sus llamadas habían tenido la respuesta adecuada.
Pero no fue así. Fernando – le contó- era un parado y venía a reclamar un puesto de trabajo. Por la tarde se encaramó a la torre de la iglesia y de pie, en lo más alto, tomando como mástil la cruz que coronaba el campanario empezó a gritar a los cuatro vientos:
-¡Quiero un puesto de trabajoooooo! – y hacía bocina arqueando los dedos de su mano izquierda.
-¿Qué haces ahí arriba? Anda, baja que te vas a caer y me vas a dar trabajo en lugar de compañía- Le decía Jesús desde la base de la torre, protegiéndose del sol con las manos.
-La constitución me asiste y ¡quiero un puesto de trabajooooo!- acabó voceando.
-Eso. Sí hombre, sí. Has venido al lugar adecuado. Aquí lo que sobran son  empresarios. Tú grita que alguno aparecerá tarde o temprano..- Y se sentó en un banco de piedra al lado del castaño y la fuente moviendo la cabeza en señal continua de negación.
-¡Quiero un puesto de trabajo! ¡ Y quiero tener cartilla de la seguridad social!
-Puedes utilizar la mía. No sé si estará caducada. Aquí lo importante es no necesitar ni médico ni medicinas. Todos los remedios se resumen en dos: Manzanilla y Poleo menta.
Fernando continuaba como marino que gobierna su nave, oteando el horizonte, en busca de un puerto cercano. Nada de nada. Lo único que llenaba el iris de sus ojos era un paisaje impresionante que muchos pagarían para disfrutar de él unos momentos. Jesús aprovechó el impás de su tranquilidad para sugerirle la solución de futuro.
-Si te parece podemos realizar elecciones a alcalde. Te cedo mi voto y tendrás mayoría absoluta.  Totalmente legal y tendrás tu trabajo garantizado. ¿Habrás traído tu carnet de identidad?
-Siempre lo llevo conmigo. Tenemos que estar identificados en todos los sitios.
Fernando hablaba mientras comenzaba el descenso desde su atalaya convencido de que la solución ofrecida por Jesús  era una buena alternativa. En un último salto se plantó en la plaza junto a su convecino.
-¿Dónde está el ayuntamiento? Debemos convocar las elecciones con tiempo suficiente. Tendré que elaborar el programa electoral y difundirlo para conocimiento público.
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... Y se celebraron las elecciones y se escrutaron los votos y hubo un empate técnico. Un voto para cada uno. Ninguno se había votado a sí mismo.
-“Jesús, no puedo darme el voto a mi mismo. Estaría fuera de mi honestidad”-se justificó Fernando.
-No hay ningún problema. Gobernarás con mi voto y tendrás la mayoría necesaria para ser elegido alcalde de este maravilloso pueblo casi abandonado.
Y pactaron. Prepararon todos los documentos, los firmaron  e iniciaron  el viaje a la diputación más cercana para presentar las credenciales como Alcalde y Teniente de Alcalde. Y consiguieron lo que en 100 años no se había conseguido: un sueldo digno para poder vivir dignamente.
Y lo celebraron por todo lo alto en la sede de la diputación.
Diez años después es completamente imposible llegar a la plaza de la iglesia. Los matorrales y las zarzas lo han invadido todo. De la torre de la iglesia ha desaparecido la campana centenaria que tantos años había tañído todos los domingos de la mano de Jesús. El techo se ha desmoronado y la cruz que coronaba la torre se ha precipitado sobre su propia tumba.
De cuando en cuando un eco lejano vuelve con el viento a las ruinas que ya han enmudecido para siempre: “¡Quiero un trabajoooooooooooo!

lunes, 25 de julio de 2011

LÁGRIMAS DE FELICIDAD

                A las personas felices que quieren eternizarse

Érase una vez una chiquilla que vivía tan feliz en su mundo que quiso parar el tiempo y mantener eternamente el estado en que se encontraba. Lo ansiaba tan profundamente que no se paró a valorar las posibles consecuencias de su decisión.
Dicho y hecho. Consultó el vademécum de su experiencia y ayudada por su ego interior se dispuso a elaborar el elixir único del tiempo presente. Buscó en los libros la pócima adecuada y después de mucho indagar encontró la fórmula en el último libro de tapas amarillentas del desván de la casa de sus abuelos: “Caprichos ocultos”.
En la página 13 del capítulo III “Brebajes” se explicaba con todo lujo de detalles los ingredientes necesarios y la forma magistral para que dieran el resultado preciso.
“Medio vaso de melaza de uvas pasas, tres gotas de aceite de acelga, tres alas pulverizadas de libélula hembra y una lágrima de felicidad de la persona  que  busca la dicha eterna. Mezclado todo en las proporciones descritas se debe exponer el brebaje, esa misma noche, a la luz de la luna para que sus rayos de plata le confieran ese color perlífero y ahuyenten el influjo nocturno  de la tristeza  hasta el amanecer. Se debe ingerir en ayunas con los primeros rayos del sol.”       
Consiguió sin esfuerzo todos los ingredientes necesarios, los mezcló y cuando quiso añadir la lágrima de felicidad le fue imposible llorar. Lo intentó infinitas veces pero las lágrimas no acudieron a sus ojos. Era tan feliz…
La noche se acercaba y el nerviosismo se apoderó de la chiquilla, se puso triste, muy triste y al final lloró, lloró tanto,  pero de tristeza. Y sus lágrimas fueron infelices, estériles, inservibles, incontrolables y duraron toda la noche hasta el amanecer.