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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

sábado, 4 de febrero de 2012

MOSCAS

A un panal de … dos mil moscas acudieron… (F.M. de Samaniego)

Hace mucho tiempo las moscas vivían llenas de comodidades en un palacio perdido entre los bosques  de árboles de azúcar, de cacao y de panales de miel.
Eran felices y a ninguna se le antojaba, ni se planteaba, abandonar su paraíso particular para buscar otros mundos desconocidos llenos de sabe Dios qué. Su devenir se alargaba como la vida de los humanos, de los árboles y los pájaros. Podríamos decir que disfrutaban, como dueñas y señoras,  de una vida plena y maravillosa.
Nunca habían pasado hambre. Jamás habían sido perseguidas ni odiadas. No tenían necesidad de buscar comida en platos ajenos y si, por casualidad, alguna vez caían en la comida de algún invitado, no era considerado, el accidente,  motivo para cambiar el plato o montar una escena ante cualquier camarero.
Pero la felicidad es esquiva para los envidiosos, para los desconfiados, para los avariciosos. Y esto les pasó a las moscas.
Cierto día llegó, de un país lejano, un mosquito esbelto y atrevido como ninguno. Se movía con gallardía y emitía, en vuelo, sonidos y melodías  tan agradables que enamoraron a todas las mosquitas jóvenes del palacio.
Sus historias  congregaron a cientos de oyentes, maravillados ante tamañas hazañas y cuentos, y despertaron el apetito explorador de aquella juventud ociosa, dispuesta a descubrir nuevas experiencias y nuevos estilos de vida.
Así se enteraron de la existencia de otros mundos llenos de abundante mierda con olor exquisito y con la máxima connotación de sabor para el paladar. Montones de comida con excelente buqué que esperaba satisfacer las más altas exigencias.
Y cayeron en la trampa. Muchas mosquitas emigraron en busca de estos placeres y sensaciones. Se instalaron  en el olor y la repugnancia de la mierda que, poco a poco, las atrapó y se constituyó en su morada definitiva.
Perdieron el sentido de la orientación, se olvidaron de sus orígnes  y todos los privilegios se redujeron a uno solo: hincharse a comer mierda exquisita durante 25 días en el verano para luego desaparecer. Esa fue su aventura y su existencia.
Cuando otras mosquitas llegaron con las expectativas puestas en el cuento del nuevo mundo nunca encontraron a nadie que las instruyera para que su destino fuera diferente de sus predecesoras. Y la historia se repitió año tras año.
Y los mosquitos continúan chupando la sangre y  cantando historias. A veces, en las noches veraniegas, nos susurran al oído, jugándose la vida, esos cuentos que nadie cree.

que por golosas murieron…

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