Para Alba F, para que ate sus ratones con una cuerda de chocolate.
Érase una vez una niña de ojos verdosos y azulados y con la simpatía rondando toda su cara. Tenía 6 años y un ratón pero su forma de actuar y expresarse hacían entender más años y más ratones.
Cierto día una Ratita bruja, enamorada del chocolate, le regaló un bloc especial de cartulinas de diferentes colores y un rotulador, también especial, que había despertado -más bien aumentado- la curiosidad y la intriga de Alba. A pesar de que las hojas parecían completamente normales, el rotulador resultaba extraño. Alba lo probó en una de las cartulinas pero no dejó ni una marca visible. Lo intentó en las manos y en los brazos con el mismo resultado.
-¿De qué puede servir un rotulador si no puedes dibujar nada con él? – se preguntaba-. Se habrá secado la tinta con el calor.- fue su justificación.
El resultado final siempre era el mismo. Todo el conjunto, bloc y rotulador, quedaba aparcado en un rincón del escritorio hasta que, de nuevo, ella fuera atraída por sus poderes. Y eso ocurrió el día de su cumpleaños.
Encerrada en su habitación empezó a jugar con el bloc y el rotulador. Abrió la primera página de color amarillo y, con un trazo suave y decidido, dibujó un pequeño ratón, con un cuerpo rechoncho, unas orejas pequeñas y un rabito cortísimo. De repente, y de un salto, el ratón se encontraba en el suelo recorriéndolo todo. Dibujó un segundo ratón en la cartulina azul y, antes de la finalización de la última línea, ya estaba en el suelo con su compañero. En el bloc quedaban únicamente los huecos vacíos de sus ratones.
A Alba se le iluminó la cara. El bloc era mágico y se estaba divirtiendo de lo lindo. Dibujó dos ratones más y fue maravilloso ver cómo corrían por su habitación. Se colaron por debajo de la puerta y al cabo de dos minutos, todos, habían regresado comiendo trozos de chocolate.
Fue entonces cuando Alba dibujó, esta vez, un ratón más grande, más alargado y delgado y con un rabito largo y ondulado. A diferencia de los demás ratones, éste no se lanzó al suelo desde las alturas, se levantó sacudiendo todo su cuerpo, se encaramó al brazo de Alba y se deslizó con cuidado por su cuerpo y una de sus piernas hasta alcanzar el suelo. Olfateó el origen del chocolate de sus compinches y se coló también por debajo de la puerta. Alba esperó su regreso pero…
-Alba, ¿quién ha estado comiendo el chocolate? - pregunto el papá desde la cocina con una tableta con la envoltura abierta y con signos evidentes de pequeños mordiscos.
Antes de volver a preguntar se giró y Alba ya estaba en la puerta observándolo sin decir palabra.
-¿Y…? – esperó la respuesta mirándola fijamente, sin pestañear, y con el chocolate en la mano.
-Han sido los ratones, papá- explicó.
-¿Los ratones? Ya, ya. Los ratones. ¿Y dónde están los ratones ahora? ¿En tu bolsillo? Alba, no quiero que comas tanto chocolate y tú sabes que en casa no hay ratones.
-Seguro que han sido los ratones – aseguró-. Antes yo vi cinco sobre la alfombra. Además tenían cara de hambre, sobre todo uno de ellos, muy grande, que es el que se me ha escapado – bajó la cabeza con signos de culpabilidad.
-O sea, - continuó el papá -, que el más grande y el más tragón es el que se ha escapado. Y los otros cuatro, ¿dónde los has escondido?
Alba le enseñó el bloc de dibujo a su papá para que él mismo los encontrara. Javier depositó la tableta de chocolate sobre la mesa, tomó el bloc que su hija le tendía y lo abrió por la primera página. Para su sorpresa, allí estaban los cuatro ratones. Eran preciosos dibujos de un solo trazo y de un solo color, distribuidos en las cuatro primeras cartulinas. En la quinta no había trazo alguno, únicamente quedaba la silueta recortada de un ratón más grande y de cuerpo alargado, como si fuera el molde de su plantilla.
Javier se agachó delante de Alba con el bloc abierto.
-Este delgaducho, ¿es el que se ha comido todo el chocolate?- señaló con el dedo- ¿Y dónde piensas que está ahora?
-No lo sé, papá. Lo estoy buscando pero todavía no lo he encontrado. – lo miró preocupada.
-Pues debemos encontrar rápidamente al culpable y antes de que regrese tu madre. –sentenció -. Le tendremos que dar las explicaciones oportunas.
Iba a continuar pero un pequeño ruido, de hojas secas, le hizo desviar la mirada hacia la mesa donde había depositado el chocolate. Se levantó poco a poco y, lo que vio, lo dejó incrédulo y sin saber cómo reaccionar. Entre los restos del chocolate se movía un pequeño ratón alargado, de color blanco, con las orejas redondeadas y un rabito largo en continuo movimiento. Su aspecto era idéntico al de la silueta del bloc que tenía delante.
Casi sin proponérselo, y con el bloc abierto en la quinta cartulina, se fue acercando lentamente hacia la mesa. El ratoncito se giró hacia él, erguido sobre sus patas traseras, mientras daba buena cuenta de un pequeño trozo de chocolate que sostenía con sus patitas delanteras.
Javier se quedó quieto y algo sucedió a continuación que nunca ha podido explicarse. Acabado el chocolate, el ratón se encaminó hacia el bloc y, de un pequeño salto, se fusionó en el hueco que su hija había trazado en la quinta cartulina.
El papá no contestó al instante. Miró los restos de chocolate que quedaban sobre la mesa, cogió dos trozos, uno se lo entregó a Alba y, cuando aproximaba el suyo a la boca, el ratón blanco y alargado se hizo presente de nuevo en el bloc. La reacción fue instintiva y refleja a la vez; Javier cerró el bloc con fuerza, frunció el ceño, le guiñó el ojo a su hija, le devolvió el bloc y, con el chocolate todavía en la mano, le advirtió:
-A tu madre, ni una sola palabra, ¿entendido? – y se zamparon, entre los dos, los restos del chocolate del cuento.
Que la imaginación infantil contagie un poco más la seriedad de los padres.
Que la imaginación infantil contagie un poco más la seriedad de los padres.
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