No me considero una persona observadora por naturaleza pero algunos momentos concretos, algunas situaciones, sin quererlo, han conseguido captar mi atención y que regresen a mi memoria como imágenes que perduran en el tiempo.
¿Te has fijado en un niño o niña de tres o cuatro años en la calle , que se mantiene al lado de su madre entretenido con algun pequeño juguete? Es una situación que siempre me ha vencido. Cuando mantienes la vista en él o en ella, la mayor parte de las veces, reaccionan de la misma manera, como si se sintieran agredidos por un extraño que intenta robarles algo o hacerles daño. Se esconden delante de la madre, fuera del alcance de nuestra mirada, se agarran con fuerza a su falda o pantalón y esperan. Poco a poco asoman su cabecita y cuando comprueban que todavía está allí el peligro, entonces claman al cielo, -algunas veces sollozando-y buscan los brazos protectores y conocidos y entonces es cuando te retan. "Anda, atrévete ahora a acercarte y quitarme lo que es mío". O te sacan la lengua. Les sonríes y se mantienen serios, sin bajar la guardia, abrazados al cuello de su madre. "Sí, sí, a mi me vas tú a engañar"
Cuando los ves alejarse, notas su mirada y la sombra de una dibujada sonrisa que suena a victoria.
TOMÁS
Primera parte "Una dibujada sonrisa que suena a victoria"
Érase una vez un niño muy pequeño en edad. Digamos que tenía unos seis meses, aunque podría tener cuatro o nueve. Poco puede importar un mes o dos en esta tierna infancia.
Lo mantenían "enjaulado", -eso decía él-, en una especie de cárcel inhumana y reducida. "Ellos" la llamaban cuna pero, para él, era una forma de privación de libertad.
Se llamaba Tomás porque no creía en nada y menos en los adultos. Él sabía que era un protagonista, el preso número 00.
Algunas veces golpeaba la cucharita que hacía de avión en las manos de mamá o papá, chapoteaba con pies y manos cuando me estaban bañando y hasta vomité y otras acciones que no cuento para no contaminar el ambiente con su perfume.Y todo para que me dejaran en paz.

Unos comentaban lo grande que era, otros lo rechoncho que estaba (¡me llamaban gordo directamente!), me encontraban parecido con mi padre o con mi madre y hasta se aventuraban a predecir mi futuro: tiene dedos de pianista, va a ser actor, ... Ingenuos, ¡qué podían saber, estos aprendices de brujos, de mi futuro!
Cambié de tàctica. Empecé a sonreir y a actuar a escondidas, en el calor de la noche, y me convertí en "un fuera de la ley". Robaba trozos de mi vida con nocturnidad y alevosía.
Un día, Tomás, descubrió que los barrotes laterales de su celda podían, sencillamente, eliminarse. Mantuvo la vigilancia y ...
(Continuará y se acabará el cuento)
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