- Si lo coloco todo, ¿me darás un caramelo?
- Estupendo.
Ni la orden más imperiosa hubiera surtido tanto efecto. En menos de 15 minutos todo quedó debidamente ordenado y colocado en su sitio. Hasta comprobó los bajos de la cama, inclinándose para retirar una pieza de un puzle que nadie había podido completar. Visualizó su hazaña, sonrió para sus adentros, retocó una caja que había quedado un poco girada y salió corriendo hacia el salón en busca de su madre.
- Ya está! ¿Me das el caramelo?
- Un momento. Antes tengo que comprobar lo que has hecho.
Se dirigió a la habitación de su hijo, se detuvo en la puerta, observó la colocación y regresó al sofá, seguida de la presencia de su hijo.
- ¿Y el caramelo, mamá?
- Pero si tú ya sabes que no tengo caramelos en casa, ¿verdad?. Anda, ven aquí. - y le dio un beso cariñoso en la frente.
- ¡No se pueden hacer tratos contigo! -protestó.
Volvió a su habitación despacio. revisó todas sus propiedades ordenadas y se sentó en el suelo, apoyándose en la cama. Desde su posición descubrió una canica de colores transparentes, oculta detrás de una de las patas del escritorio.
En un principio le resultó indiferente y trató de distraerse mirando para cualqueir otro lugar. Sin embargo, su atención fue tan persistente y tan persuasiva que hizo que se arrastrara hasta la canica, la recogiera, la limpiara en la pernera del pantalón y, después de dudarlo un momento, la depositara en una de las cajas que había retirado de las estanterías.
Fue todo un éxito. Al final, hasta estaba orgulloso de lo que había conseguido. ¡Todo en su sitio!
- ¡Sólo era un caramelo!
A las madres que entienden a sus hijos.
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