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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

jueves, 17 de mayo de 2012

DECISIONES IMPORTANTES


        Érase una vez un chico de catorce años que no quería atarse los cordones de sus zapatillas deportivas. Le resultaba verdaderamente molesto tener que flexionar su cuerpo o sus rodillas cada vez que se calzaba o descalzada. Le parecía ingrato hacer una lazada en las bambas que nunca había aprendido a hacer. Siempre quedaban descompensados los lazos y siempre terminaban deshaciéndose.
        Tan hastiado quedó de sus ataduras que su cordones parecían una sombra alargada y móvil  cuando se  movía por la ciudad. Iban tomando un  color inconcreto, a veces se rizaban y, otras,  arrastraban objetos que se beneficiaban del transporte gratuito sin llegar a ser como los cordones con latas atados en los coches de los recién casados.
        Disgustos y sustos a montones y a diario. Si no se los pisaba él mismo se los pisaban los transeúntes que lo seguían.  El resultado era el tropezón o el traspiés con caída libre o con sujeción manual.
         Uno de los peores momentos fue al salir del tren de cercanías. Sus cordones se engancharon a las puertas correderas y  fue arrastrado unos metros hasta el que el tren se detuvo, abrió sus puertas y permitió que cayera de espaldas soportando las risas de algunos viajeros compasivos. Pero no fue suficiente para hacerle cambiar de idea.
        Salió de la estación, se quitó las zapatillas deportivas y asiéndolas por los cordones las hizo girar tres o cuatro veces con fuerza hasta lanzarlas a lo infinito.
        Y allí quedaron colgadas en los cables del teléfono meciéndose y girando eternamente.
        -Si tanto te molestaban los cordones podías habérselos quitado.
        -Tienes razón. Pero nunca hubiera podido colgarlas- sentenció mirándolas  otra vez y con desprecio.
        Y se marchó descalzo cuidando de no pisar la sombra de los cordones de los transeúntes que le precedían.
 
A los que compran bambas sin cordones


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