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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

miércoles, 31 de agosto de 2011

EL PARAGUAS DE NORBERTO

            A la solidaridad de las personas. Sin ella no existiría la fantasía ni otros cuentos.

Lo conocía todo el pueblo: personas mayores, jóvenes y niños. Incluso los perros, que deambulaban en solitario por las calles, se acercaban a saludarlo y buscar, si puede, un mendrugo de pan duro con el que aliviar su hambre canina.


Vivía en Moaña, un pueblecito costero de las rías Bajas gallegas, y se había convertido en un hijo adoptivo desde que, allá por los años cincuenta, se dejó caer por el pueblo con doce años.  Aquí  rehizo su vida sin saber cómo, un poco de eso y otro poco de aquello le fueron dando las pocas alegrías con las que hubo de arreglarse.
Cuando cumplió los cincuenta, regresó de un viaje con un paraguas colorado, bastante grande,  bien colgado de su brazo izquierdo o sobre el hombre derecho como si fuera el mosquetón de los soldados en los desfiles de la victoria. Al llegar a la puerta de su casa lo colgó de un gancho, como si su sitio fuera predefinido desde hacía mucho tiempo para tal fin. Allí se quedaría, el paraguas, hasta el momento en que fuera necesaria su utilización.
Y aquí empieza su historia, la historia del paraguas de Norberto.   Creo que ni el propio protagonista  se imaginó la importancia que iba a tener el paraguas en esta historia. Sucedió un domingo a  media tarde. Una fuerte tormenta sacudía el pueblo y Norberto decidíó salir por vivir y contar una nueva experiencia. Su sorpresa fue en aumento al comprobar que su paraguas se ensanchaba enormemente y iba acogiendo bajo sus alas a un transeúnte tras otro hasta que aquello parecía, no un paseo de uno o dos, sino una verdadera procesión con mas de cincuenta personas. Y todas cabían bajo el paraguas.
Norberto, a raiz del acontecimiento, fue probando su utilidad y constató que con sol o con lluvia, su paraguas tenía el don de ampliar su capacidad a medida que se necesitaba. Se ensancharon, a instancias del propio Ayuntamiento. algunas calles para que el paraguas pudiera pasar holgadamente, y facilitar que más personas disfrutaran del acontecimiento.
Tanta fama llegó  a tener que las visitas al pueblo se duplicaron, triplicaron inmediatamente. Todo el mundo quería ver el paraguas colorado de Norberto. Y no se contentaban sólo con verlo, hacerle fotografías, sino que aprovechaban las situaciones para darse un paseo bajo su protección si llovía o hacía sol.
Las noticias de las principales televisiones y radios se hacían eco de una historia inverosimil que no tenían más remedio que aceptar. No había trampa ni cartón. Aquel paraguas era único.
Cierto día un golpe de viento  provocó un pequeño siete en una parte del paraguas y, aquello, se convirtió en la noticia estrella. Se televisó el apaño que Norberto ideó para coser sobre el roto otro trozo de tela colorada aunque de diferente tono. Cantaba un poco pero el servicio continuaba siendo el mismo.
Pasaron los años y el paraguas seguía colgado en el mismo gancho al lado de las escaleras de acceso a la casa de su dueño. Fueron cientos de reportajes, fotografías, dibujos  los que se hicieron y realizaron del famoso paraguas. En toda Galicia nadie podía decir que no conocia las bondades y servicios que ofrecía.
Y llegó el fatal día, quince años después, cuando Norberto, sentado en las escaleras de su casa, dejo de respirar sin que nadie se diese cuenta. Bueno, nadie no, el paraguas se había abierto y, como si se tratara de un último servicio, protegía del sol todo el cuerpo de aquel benefactor que nadie había llegado a conocer en profundidad.
A sus funerales acudieron de todos los alrededores. Se establecieron  cuatro días de luto y enterraron a Norberto en un bello panteón de granito rosa porriño adornado con elementos referentes al tiempo y, además, con dos paraguas entrecruzados, como símbolo de agradecimiento.
Ahora todo había cambiado. Mientras el paraguas seguía colgado en su gancho de la casa de Norberto, mudo, lleno de polvo y olvidado, la tumba de Norberto era visitada  por multitud de convecinos y otros visitantes. Se había convertido en un icono para el pueblo y salía en todas las guías turísticas  como uno de los lugares más emblemáticos para visitar.
A pesar de la necesidad imperiosa que tenía el pueblo de los servicios del paraguas, nadie osaba utilizarlo. Estaban convencidos que sus propiedades se habían enterrado con el propio Norberto
Lo que no sabían todos los que acudían en peregrinación y que nadie se atreve a contar era  que Norberto los observaba, sentado en la tumba contigua con las piernas cruzadas, y los despedía con un gracioso y cariñoso “corte de manga” quedando en su mano derecha dibujada perfectamente una “peineta”. Mientras, un pensamiento se dibujaba en su sonrisa : ”a buenas horas mangas verdes”

domingo, 28 de agosto de 2011

DEFICIT Y RECORTES


Suenan de nuevo los jinetes del apocalipsis. No puedo leer la prensa ni escuchar los informativos de radio, televisión , etc  sin aumentar mi indiganción ya en cotas demasiado elevadas. Y todo debido a los recortes necesarios que se deben realizar para contener el gasto y mejorar la situación económica y conseguir que los especuladores no nos condenen a vivir miserablemente en la basura. Le podríamos llamar la crisis de los recortes.
En reuniones multitudinarias de delegados y más delegados, de consejeros y más consejeros se determinan las partes de nuestro cuerpo que las tijeras deben cercenar. Aquí se decide suprimir plantas de hospitales, urgencias en ambulatorios, números en educación, sueldo de funcionarios y todas aquellas medidas impopulares que implican, precisamente, a los que casi nada han tenido que ver con el producto interior bruto de la crisis.
Y yo me pregunto ¿por qué la tijera no se aplica a los consejeros, a los delegados, a los concejales, a los diputados, a los ayuntamientos, a las diputaciones , a las autonomías, a las subvenciones, etc, que sé  serían MEDIDAS MUY POPULARES ?
Consultemos a la ciudadanía. ¿Por qué  no se suprimen concejales, diputados, senadores, etc y mantenemos las urgencias en muchos ambulatorios? ¿Qué es más necesario? ¿De qué nos sirve un concejal en un ayuntamiento o un diputado en una Comunidad  Autónoma que no tiene recursos que administrar? Para aumentar el déficit únicamente.
 Es más fácil pasar de todos los sufridos contribuyentes, voten a quien voten, que preocuparse por lo que leemos en los diarios:”los directivos de la CAM se suben el sueldo no sé cuanto. Los directivos de Repsol se suben el sueldo un 116%. Los directivos de telefonica se adjudican un 33%. a pesar de reducir sus beneficios empresariales”. El cuento de los tontos en el país de los ciegos con visión nocturna.
Ahora se quiere modificar la Constitución para limitar el déficit por ley. O limitan por ley la subida de impuestos directos e indirectos o mucho me temo que acaben con limitar el gasto familiar con una fuerte subida del gravámen en todos los órdenes de nuestra vida antes de reducir un gramo el número de chupópteros porque, al fin y al cabo, -y esto será su eje de campaña – se autoproclamarán como los salvadores de nuestra miserable vida para hacernos creer que se lo debemos pagar y agradecer.
Seamos serios y sepamos retirarnos cuando ya no hay nada que chupar. Nos han dejado en cueros, con todas nuestras miserias al aire libre. Ahora es el tiempo de pocos y buenos administradores. Necesitamos podadores y podadoras para reducir el número de árboles y poder ver el bosque. Precisamos de personas que sepan cortar las ramas sin indicaciones de ángulo de corte, forma de triturarlas o almacenarlas. Sobran los ojeadores que decidan el orden de la poda de las ramas. Sobran controladores de los podadores y de los ojeadores. Sobra volúmen y duplicidad de administración. Se necesitan hechos concretos y menos proyectos, menos promesas y menos “mañanas” y menos cuentos.

viernes, 26 de agosto de 2011

HUEVOS Y GALLINAS

A los huevos,  fruto y soporte de las mejores tortillas


Érase una vez un huevo, una historia especial de un huevo que cambió todos los cuentos de los huevos.
No sé qué es lo que pudo pasar en el gallinero. La noticia recorría las cacaradas gallináceas y era analizada y comentada en todos los quiquiriquís de los gallineros. 
Había nacido un huevo redondo. Sí, un huevo redondo y no ovoide. La primera en mirarlo con perplejidad y desconfianza fue la desafortunada mamá. No se lo podía creer. La deshonra había anidado en su familia. ¿Qué iban a decir las vecinas con el pico que tenían? ¿Que había tenido relaciones incestuosas fuera del gallo del corral? ¿Sería un huevo adoptado en otros países? ¿Provendría de otros planetas de los huevos?
Lo cierto es que así empezó el calvario de este huevo redondo. El desprecio de sus hermanos de los huevos ovoides  desde el nido era inadmisible e insoportable. Poco a poco hasta se ganó la envidia y la burla de los huevos al disponer de otras características propias que nadie tenía. Rodaba  con gran maestría  en línea recta y llegaba primero en todos los concursos de los huevos. Recibía cientos de visitas de los huevos  y  fue el icono inspirador del balón del fútbol, del baloncesto y del tenis en todas sus variantes en detrimento del ovoide que lo era del fútbol americano, inestable en todas sus posiciones a pesar de haberlo ovalado.
Era tal la tensión que se creo en su familia, amigos y allegados de los huevos que se marchó de casa en secreto, sin decir adiós ni a su madre, supuesto padre y supuestos hermanos de los huevos.

Y todo por la definición del diccionario de los huevos, por la historia de los huevos, por los museos de los huevos, por las tortillas de los huevos,  por la tradición de los huevos y por la enseñanza de los huevos. En ninguno se había contemplado ni enseñado  la posibilidad de una pequeña diferencia entre los huevos y, no en tamaño, sino en la forma. Se ha promocionado la discriminación a puro huevo  en contra de la individualidad, promotora del progreso y del futuro de los huevos.
La conspiración de las gallinas acabó con esta peculiaridad e individualidad de este  único huevo conocido. Fue en silencio y con alevosía con una sola patada de los huevos. Y las putas gallinas se comieron la yema, la clara y la cáscara  y así lo continúan haciendo con todos los huevos redondos y transvertidos, fruto de otras relaciones incestuosas  que todavía quieren ocultar y que están patentes  en dichos y otros cuentos que quedan por contar.

miércoles, 24 de agosto de 2011

ESTO NO ES UN CUENTO "LA OTRA FIESTA"

            A toda la juventud que tanto tiempo he tenido a mi lado

Los que siguen mi blog saben perfectamente que, salvo algún escarceo  en actualidad política o económica, no suelo aventurarme en cuentos  de otras profundidades.
Estoy disfrutando unos días de vacaciones en una villa coruñesa, Puebla del Caramiñal (“Pobra do Caramiñal”) con vistas a la fecunda ría de Arosa. Es una casualidad que sean las fiestas patronales en  honor de la Virgen del Carmen de los Pincheiros y que multitud de gente invada sus callejuelas, cortas y acogedoras, en un trasiego sin fin inunando sus bares, tascas  y asistiendo a diferentes actuaciones típicas gallegas: la banda municipal que actúa en el Parque, diferentes grupos folklóricos, desfiles de fuerzas del ejército o asistiendo y participando en la guerra del agua donde multitud de jovenes acaban en la playa su particular guerra acuática. Todo esto no me sorprende  y lo veo como lo más natural y sano del mundo y, además, sé que esto mismo se repite hasta la saciedad en cientos de pueblos y villas a lo ancho de toda Galicia para regocijo de sus gentes y disfrute de todos los visitantes.


En la plaza más amplia del pueblo se preparan sendas orquestas para los bailes posteriores. Y allí estamos todos escuchando y bailando, disfrutando de una noche cálida. Una de las orquestas descansa y la otra coge el relevo. Muchos tambíen hacemos una pausa para pasear a lo largo del puerto y aquí viene la sorpresa. Una sorpresa demasiado profunda  que mina las entrañas de quien ha dedicado toda su vida a la educación de la juventud.
Menos de veinte metros detrás de una de las orquestas, en la continuación de los jardines de la plaza, se abre otro mundo, como parte de la ruptura social que afecta a la sociedad española del siglo XXI; otro mundo lleno de cientos de jóvenes que van desde los doce o trece años hasta los treinta, cargados de bolsas de plástico llenas de botellas para  otra fiesta ¿Fiesta? paralela. Allí, entre los ecos de la música de la vecina orquesta,  beben y beben en corros, ajenos a toda la “movida” que ha organizado el pueblo. Viven del otro lado de la línea y permanecen hasta altas horas de la madrugada. Los desmanes se dejan ver rápidamente y los estragos del alcohol son insaciables.
Esto es lo que hace que vuelva la vista atrás, cuando estábamos esperando el sonido de las bombas  que anunciaban la fiesta de algún pueblo o ciudad con la descarga de adrenalina que eso suponía para la juventud. Eran momentos para divertirse bailando y tomando una copa en  compañía de los amigos y amigas. Eran años que podríamos haberlos  dedicado a beber y beber, a hacer nuestro botellón y , sin embargo no se hacía. Primaba la diversión sana a la diversión alocada e inconsciente de la vomitera etílica.
Quiero buscar, haciendo un esfuerzo mental, qué  es lo que fuerza a estos jóvenes a decidir entre bailar en la plaza con la música de las orquestas, disfrutar de un paseo al lado del mar, abrazar a su pareja, contemplar las estrellas o el reflejo tembloroso en el mar de la vida de pueblos lejanos o beber y beber hasta que el cuerpo aguante? ¿Qué es lo que hace que la juventud tenga dudas si es más placentero un beso de la persona querida mientras paseas o bailas o el sabor amargo del borde del vaso de plástico con el brebaje aderezado para la ocasión y otras compañías?
Quizás estos jóvenes deberían verse desde el otro lado de la línea que los separa de su realidad. Contemplar toda la parafernalia que organizan y valoren, después de ver los estragos que afectan a chicos y chicas de hasta  doce o  trece años, si merece la pena o realmente deberían ponerle freno de alguna manera.
Yo le llamo a este botellón red social etílica por sus efectos perniciosos. Al igual que las redes sociales, anula la mente de quien lo practica sin la debida precaución y lo deja entre los brazos de los mercenarios ideales que surgen del subsconciente de la persona.
La vida de un/a joven no puede depender de un botellón semanal y la resaca posterior. Habría que analizar qué es lo que falla o lo que ha fallado para que puedan encauzar de nuevo su vida o  corremos el riesgo de perder una juventud, maravillora y bien preparada, que carece o adolece de los medios adecuados para saber diferenciar la vida divertida de los viernes y sábados noches  de  los cuentos de fantasía.

miércoles, 17 de agosto de 2011

MIGAS DE PAN


                 A las palomas que viven en el campo, fuera de las ciudades.
                Y a las personas que lo hacen posible

La habitación estaba en silencio. El sol del verano estaba a punto de ocultarse y por la ventana abierta empezaba a entrar un poco de aire fresco.  El doctor examinaba minuciosamente las pequeñas heridas que presentaba el muchacho en el dorso de los brazos y en parte de la cara. La mamá permanecía en segundo plano con los brazos medio cruzados y una mano apoyada en la cara. Tenía una expresión de preocupación y restos de lágrimas secas en sus ojos.
-¿Y dice que estas heridas aparecieron de repente? –preguntó el doctor sin dejar de mirar al chico.
-La mayor parte sí. Ayer cuando llegó se las noté en la cara. Hasta le reñí  y le pregunté cómo se las había hecho. Me respondió que eran migas de pan. –aclaró la madre.
-¿Migas de pan? –repitió el doctor girando la cabeza y clavando los ojos en la madre.
-Sí. Migas de pan. Y no me contó nada más. Recuerdo que hace unas semanas le noté alguna pequeña señal en los brazos, pero sólo un par de ellas. Yo pensé que eran debido a los juegos que hacen los chicos y no le di ninguna importancia.
El médico se retiró de la cama de Cleto y, mientras se deshacía de los guantes de latex, le indicaba a la madre las curas que debería hacerle hasta su nueva visita dos días después, el viernes.
-Debe de limpiarle las heridas con una solución de yodo y administrarle estas pastillas para controlar la infección. – explicaba y escribía sin dejar de hablar.
Después le entregó la receta a la madre. Cerró el maletín y se dirigió a la puerta mientras decía para sí mismo: “¡Migas de pan!”
La mamá se acercó a la cama. Cleto estaba con los ojos cerrados y parecía que dormía. Tenía el aspecto de un niño que hubiera padecido el sarampión o la viruela y le hubieran quedado marcas indelebles en la piel de brazos y cara. Le cogió una de las manos y se sentó en el borde de la cama.
-Mamá, quiero que me traigas más migas de pan. –le reclamó sin abrir los ojos –. Tengo que llevarlas siempre conmigo.
-Mañana te traeré un montón de migas de pan.  Ahora te limpiaré las heridas para que descanses.  –se acercó a la ventana y la cerró antes de salir a buscar los medicamentos.
El dia siguiente lo pasó totalmente callado en la cama, algunas de las heridas se le habían infectado. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no arrascarse y empeorar su aspecto. La mamá apenas lo había dejado sólo unos momentos en todo el día. El calor era cada vez mayor y Cleto no soportaba ni la sábana sobre su cuerpo.
-Deja la ventana abierta, mamá. Necesito aire fresco para poder dormir. –y después le reprochó-. No me has traído migas de pan.
Las últimas palabras de Cleto no las oyó la madre. Iba pensando en la visita del doctor del día siguiente.
A las nueve en punto el doctor llamaba a la puerta. La madre le abrió inmediatamente y lo acompañó hasta la planta superior donde se encontraba la habitación de Cleto. Todo estaba en calma. A través de la puerta un monótono run run parecía advertir de que no todo iba bien. Fue el doctor el primero en abrir y quedar paralizado ante la visión que se le presentaba ante sus ojos.
Cleto se encontraba tendido e inmóvil sobre la cama con los brazos medio en cruz, las manos extendidas y abiertas. Cientos de palomas se habían posado sobre él y lo picoteaban sin cesar. Su cara estaba totalmente desfigurada y encharcada de sangre. Los ojos apagados y vacíos se habían salido de sus cuencos dejando una mueca imposible de descifrar.
El grito de la madre fue tan desgarrador que las palomas, en una desbandada desorganizada, abandonaron a su benefactor con un ruido frenético de alas y se perdieron en las primeras horas de la mañana.
-Migas de pan, Doctor. –sollozó-.  ¡Me pidió migas de pan y me olvidé de traérselas!

sábado, 13 de agosto de 2011

AFIFE LA PRINCESA PAPILANDIA

Para Emma que lleva la felicidad y la alegria  a las princesas “afifes”.

Hace mucho tiempo en una aldea lejana vivía un princesa preciosa. La princesa Papilandia. Tenía todo lo que más le gustaba y si alguna cosa se le antojaba, al momento, le estaba concedida. En su palacio de fresas ya no quedaba espacio para nada más y sus padres se habían propuesto construir otro palacio mucho más grande para darle a su adorada hija todos los caprichos que se le pudieran ocurrir.
Pero había un problema que no se solucionaba por más regalos que le compraran. La princesa Papilandia estaba triste. Se notaba en sus ojos azulados, en su forma de caminar, en su forma de hablar y en la forma de tratar a sus amigas. A todo esto se añadía que casi no comía y estaba tan delgada y pálida que la tristeza se había convertido en su sombra.
Sus padres no sabían qué hacer y estaban muy pero que muy preocupados. Convocaron a todos los magos y elfos de los contornos para buscar un remedio urgente. Unos invocaban a las aguas del mar, otros a la nieve de primavera, otros a todos los árboles de frutos rojos y los elfos  a las sombras del bosque con su musgo, sus mariposas, libélulas y pájaros de colores. Imposible, nadie encontraba ningún metodo que mejorara el aspecto de la princesa y los que lo probaban  lo hacían con remedios inútiles.
Cierto dia del més de agosto, se presentó ante los reyes una princesa voladora, muy pequeña, con una larga melena negra recogida en una sola trenza,  con alas transparentes y un vestido rojo lleno de lunares negros. Estaba coronada por una diadema de flores de coral y en su centro relucía una estrella dorada con destellos finísimos de plata que iluminaban todo en su presencia.
Los reyes quedaron maravillados ante aquella princesa y la recibieron con todos los honores. Le contaron sus penas y, sobre todo, el problema que tenían con su única hija.
La princesa Chiquitita escuchaba atenta las explicaciones de los afligidos padres y después de consultar una pequeñísima bola de cristal que guardaba en su estrella dorada les aseguró que el remedio que buscaban estaba muy lejos, en el mundo de los humanos.
-Y ¿qué podemos hacer? Nuestra hija se nos muere y ..  –lloraban amargamente.
-Hay una puerta secreta en las más altas montañas que comunica con ese mundo. –continuó-. Debéis enviar a la princesa con el león Baguira a buscar una niña que vive cerca de una gran ciudad  y localizar  una Torre Roja en un pueblecito llamado Viladecans. Allí, en el parque, localizaréis a Emma, una niña de cuatro años con ojos negros y el pelo ondulado. Ella tiene el remedio para la princesa. –les explicó.- Deberá llevar y regalarle esta estrella dorada que yo os doy. -se quitó la diadema y, quitando la estrella, se la entregó.
Nada mas dar la información y entregar su estrella, la princiesa Chiquitita desapareció  y nunca más se supo de ella.
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Se hicieron todos los preparativos para el viaje y después de caminar y viajar por tierra, mar y aire, la princesa Papilandia y el león Baguira, llegaron a una casa donde todavía dormía una niña guapísima rodeada de muchas princesas que descansaban en estanterías y,  algunas, sobre la cama donde ella mísma dormía.
Cuando Emma despertó encontró una nueva princesa sentada en el suelo al lado de un león. Recogió la muñeca y marchó corriendo  a buscar a sus padres.
-Mamá, Papá, he encontrado una muñeca en mi habitación. -gritaba toda alterada.
-Será alguna que tenías en  la estantería de arriba y se habrá caído, o la habrá olvidado alguna amiga tuya. –le aclaró la mamá dándole los buenos días.
-¡Que no, mamá! Esta princesa no la tenía antes. –alargó las manos para que lo comprobaran-. Además, está muy triste. Sus ojos quieren llorar. Tiene el vestido y el pelo sucio y ...
-Ya ya ya. Para. Desayuna y después le puedes lavar el pelo y ponerle otro vestido para que esté muy guapa. ¿De acuerdo?
Emma no cesaba de manipular la muñeca mientras desayunaba. Buscaba referencias que pudiera recordar pero no encontraba nada conocido en todo su aspecto. “Definitivamente esta muñeca no es mía y ha venido de otro lugar. Seguro que quiere que la ayude”. Se decía a sí misma.
Tres días tardó en cambiarle el aspecto a la princesa. Su pelo rubio y largo ahora estaba alisado y suave recogido en una trenza; su cara y sus manos tenía reflejos sonrosados como la piel de la propia Emma y le había puesto un vestido de escamas plateadas con una gran estrella dorada bordada en el pecho. Todo el conjunto estaba acabado con un abrigo capa plateado con forro de terciopelo  y con un ribete de algodones que la hacían la más bella de las muñecas que  Emma coleccionaba. Pero faltaba un pequeño detalle que  llamaba màs la atención. En sus ojos todavía reinaba la tristeza.
Emma probó todo tipo de juegos. La sentó delante de espejos de risa, jugó todo lo que pudo con ella, la sacaba de paseo, le contaba cuentos alegres, le hacía cosquillas, ... Y nada de nada. Hasta que en un momento de inspiración le susurró al oído sus palabras mágicas favoritas.
-¡AFIFE, AFIFE, AFIFE! – pronunció muy despacio. Y esperó.
Los ojos de la princesa se fueron abriendo lentamente, se hicieron más grandes que nunca y, cambiando la expresión de la cara, repitió aquella palabra que, desde el interior, la estaba transformando.
-¡Afife! –repitió la princesa.
Lo que vino después fue una risa continua que contagió a todo el resto de muñecas de la habitación de Emma.
-¡Afife, afife! –cantaban y bailaban todas a coro.
La tristeza había abandonado  la cara de la princesa Papilandia y todo era felicidad y alegría.
Y así jugaron y jugaron un día tras otro día hasta que una noche un león se coló en la habitación de Emma. Se movía lentamente sobre la alfombra y, con mucho cuidado de no despertar a nadie , recogió a su princesa y , juntos como habían venido, se fueron con la luz del amanecer.
A la mañana siguiente Emma encontró entre sus manos una estrella dorada con destellos finísimos de plata que cuando la movía podía ver la cara de felicidad de la princesa Papilandia mientras repetía ¡AFIFE , AFIFE!  y se reía y reía como cuento de nunca acabar.