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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

sábado, 3 de marzo de 2012

EL TREN

            A los que se han ido para que puedan volver


           A las cinco de la tarde siempre estoy en el puente de la estación. Una costumbre  que he adquirido a lo largo de  setenta y cinco años y que se ha convertido casi en una enfermedad sin tratamiento.  Muchas veces no llego a permanecer sobre el puente más de tres o cuatro minutos. Vuelvo sobre mis pasos sin saber cuál era el objetivo de la visita pero noto que ese día me ha faltado algo y no sé identificarlo.
          Los trenes me han atrapado en todos los sentidos. En su homogeneidad, en su rectitud pero no en su destino. Han sido llamados a cumplir un cometido importante y lo llevan a cabo sin discusiones, sin paradas innecesarias, sin mirar atrás. Son como los latidos del corazón que dejará de latir sólo cuando la chispa de la vida deje de inyectar electricidad en su generador.
          Desde que mi padre, me llevó por primera vez con cinco años a ver el tren a este puente elevado nunca he faltado a la cita. Aquella imagen lejana de una chimenea que embadurnaba todo de tinieblas a su paso, aquel ruido acompasado que desaparecía cuando el tren pasaba bajo el puente y volvía después diciendo adiós a medida que se alejaba, permitieron a mi imaginación viajar por todos los rincones desconocidos de la tierra.
          Jamás he subido a un tren. Me dan miedo. No quiero que me traguen en su huida y no pueda regresar. No quiero ser un autómata que se deja llevar por una máquina que en su camino carece de alternativas o desvíos.
          Y sin embargo no puedo prescindir de verlos venir, pasar y desaparecer.
          -¿De dónde vienen los trenes, papá?
          - De una estación.
          -¿Y qué hay en la estación?
          -Mucha gente que quiere viajar.
          -Y ¿por qué?
          - (no hubo respuesta)
          -¿Dónde los lleva el tren?
          -A otros lugares donde hay otras casas y otras personas.
          -Y después ¿regresan a casa?
          -Algunos si y otros no.
          -¿Se los come el tren?
          -Los trenes no comen a las personas.
          -(no hubo preguntas)
          -¿Tú también marcharás en el tren, papá?
          Seis años después mi papá fue tragado por el tren. Se lo llevó a otras ciudades, para estar no sé con quién. Cuando lo vi subido en el vagón, de pie, sujetando una puerta sin cerrar, supe que nunca más lo volvería a ver. El tren se tragó a mi padre y se perdió en su rectitud, poco a poco, acompasadamente, sin pausa, hasta desaparecer.
          Por inercia he vuelto al puente todos los días y a la misma hora. Sigo esperando que el tren me devuelva a mi padre. Y, ahora que circulan a gran velocidad y han limpiado su respiración,  puede ser que cumplan lo prometido.

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