A las estrellas que nos guían todas las noches
Asha había encontrado una estrella en el jardín de su casa. Era una estrella pequeña de cinco puntas y con los ojitos entreabiertos, los labios amoratados y una minúscula intermitencia que emitía señales de restos de vida en su interior. Si no fuera por estos indicios, Asha nunca la hubiera descubierto ni encontrado y la historia nunca hubiera sido contada.
En un principio, Asha no sabía qué hacer. Tenía miedo de quemarse al tocarla, pero, algo en su interior, la empujó a agacharse lentamente y acercar la mano temblorosa para recoger aquel trofeo estelar semi-hundido entre el césped. Al contrario de lo que pensaba, la estrella ya estaba casi fría y el único calor que notó radiaba de sus latidos, justo encima de su corazón. La colocó entre sus manos para protegerla y salió corriendo al encuentro de su madre.
-¡Mamá!¡mamá! – gritó – ¡He encontrado una estrella en el jardín!
Sofocada, abrió las manos y encomendó, a los cuidados maternales, su estrella.En un principio, Asha no sabía qué hacer. Tenía miedo de quemarse al tocarla, pero, algo en su interior, la empujó a agacharse lentamente y acercar la mano temblorosa para recoger aquel trofeo estelar semi-hundido entre el césped. Al contrario de lo que pensaba, la estrella ya estaba casi fría y el único calor que notó radiaba de sus latidos, justo encima de su corazón. La colocó entre sus manos para protegerla y salió corriendo al encuentro de su madre.
-¡Mamá!¡mamá! – gritó – ¡He encontrado una estrella en el jardín!
-¿Se morirá? –preguntó, nerviosa, sin perder de vista las manos de su madre –.
-No pasará eso, hija. –la tranquilizó– Las estrellas nunca mueren, sólamente duermen. –acercó las manos a las de su hija– Cuando era pequeña -continuó- también encontré una estrella como esta en la arena de la playa. La cuidé durante dos o tres días y se durmió.
-¿Y qué hiciste con ella?
La mamá no dijo nada y se encaminó hacia la casa.
-Te diré lo que vamos a hacer. Al atardecer iremos a la playa, nos subiremos a la barca y, cuando estemos lejos de la arena, depositaremos tu estrella sobre el agua. Le daremos una nueva vida.
-¡Se ahogará! ¡No quiero que la coloques en el mar! Tendrá frío y acabará perdiendo la poca luz que le queda –dijo Asha entre sollozos-.
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La madre remaba en silencio sobre aquellas aguas tranquilas del anochecer y, Asha, con su estrella,
intentaba darle el último aliento de vida. Se arrodilló y, cuando acercó su tembloroso cuenco a las aguas del mar, cientos de estrellas de ojos brillantes la estaban esperando alrededor de la barca.
Y se la llevaron de la mano bajo la atenta mirada de Asha y de otros miles de estrellas que la protegían desde la inmensidad.
- ¿Se pueden contar las estrellas, mamá? - y se quedó mirando el cielo-.
-Todo el mundo puede contarlas. Mira… Una, dos, tres, cuatro,- las iba señalando con la mano derecha- cinco, seis, tropecientas mil…
Hubo un corto silencio estelar...
-Ahora habrá tropecientas mil… menos una.
Y esperó la respuesta en forma de recuento de la madre.
-Ahora habrá tropecientas mil… menos una.
Y esperó la respuesta en forma de recuento de la madre.
Fabuloso lo que le pasa a Asha eh jaja.
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