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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

domingo, 25 de marzo de 2012

JUGUETES EN LA CARRETERA

Para los juguetes que lloran en silencio


 Érase una vez Tono...         

Se encontró solo e inmóvil. Inmóvil en sus fundamentos, en sus patas, pero no en su cuerpo que temblaba rítmicamente al compás del frío y de la lluvia que lo empapaba y lo empequeñecía.
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-“Quiero ese perrito pequeño, papá.”- suplicó Denis
-“No tenemos tiempo para cuidarlo”
-“Jugará en el jardín todos los días. Carlos tiene dos. ¡Y dos gatos también!” –justificó Denis-. Además mamá me lo ha prometido para mi cumpleaños.”
-“Ya tuviste un gato y se perdió”.-le reprochó el padre
-“Un perro es más grande y no se perderá”- dijo negándolo rápidamente.
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A su alrededor la bruma, que desprendía el suelo, transformaba el ruido en sombras, luminosas y paralelas, que silbaban y se perdían a gran velocidad.


Caminó en el mismo sentido del futuro.  Algunas sombras lo quisieron arrastrar en su huida y lo zarandearon. Hicieron que su corazón latiera con fuerza y desbocadamente.                                    

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-“¿Dónde está Tono?. Papá tienes que volver a la gasolinera. ¡Se va a perder!” – se inquietó Denis.
-“No te preocupes. Cuando regresemos de vacaciones pararemos para recogerlo.
-”Se morirá de hambre”.
-“En las áreas de servicio encontrará otros perritos y todos los que paran les dan algo de comer. Estará bien, te lo aseguro.”
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Quiso irse de allí a toda costa; anheló que alguna de esas sombras, más lentas, se apiadara de él y lo orientara hacia la salida.


En un momento de silencio espeso, encogido de miedo, se aventuró hacia el centro buscando las señales blancas marcadas en el asfalto y otras  huellas infinitas que se borraban con rapidez por la acción de la lluvia.

Y allí se encontró con la sombra que buscaba. Una sombra intensa, de ojos amarillentos, que iluminaban diagonalmente las gotas de lluvia que caían en la calzada. Venía por él. Estaba seguro. Era Denis. Ahora saldría del laberinto. Movió el rabo de felicidad, arqueó sus ojos y se levantó sobre sus patas traseras, sacando la lengua, como cuando esperaba el “hueso de juegos” que suponía una salida al parque a retozar y revolcarse.
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-“Vamos Tono. Hoy jugaremos en la playa. Te he comprado un balón nuevo.”
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Y la sombra lo abrazó y se lo llevó al infinito en busca de otros juegos.




 

jueves, 15 de marzo de 2012

SIN CEREBRO

        A los que no se resignan
   Quiero gritar y, ahora, en estos momentos, no puedo hacerlo. Me he ido degradando de tal forma que he perdido casi todas las facultades propias de un ser humano.
   Hace un tiempo,-no puedo determinar cuánto-, perdí una de las extremidades inferiores, la pierna derecha entera. Eso supuso un cambio profundo en todas mis actividades. Dejé de caminar como los humanos y tuve que imitar a los gorriones. A saltos la vida transcurre más de prisa y las pausas se convierten en más duraderas. El seguro no me cubre nada de esta pérdida. Adujeron que había sido un descuido personal. Las ayudas son para los accidentes, las enfermedades, etc. Las llamadas a la colaboración internacional y al espíritu restitutorio de lo robado o encontrado dejaron patente la desidia de los demás y la falta de sensibilidad humana. ¿Qué utilidad le pueden dar a una simple pierna derecha?

   En esta lucha me encontraba cuando el brazo izquierdo empezó a presentar mutaciones físicas que me preocuparon todavía más. El brazo aumentó su volumen respecto al antebrazo y la mano. Después se redujo de tal forma que sólo quedó un pequeño muñón en la parte externa del hombro. Dejé de tener mano izquierda. Perdí los cortes de manga, tan necesarios hoy en día, y tuve que contentarme con la peineta del corazón derecho.

   Hace poco he notado que me falta parte de la cabeza. Es una sensación muy extraña y agradable. He dejado de tener remordimientos, indignación, odio, esperanza, ilusión o desesperación. Mi cerebro ya no procesa la información de los sentidos y me está convirtiendo en un autómata insensible a cualquier cambio que se produzca a mi alrededor.

   Ahora ya no quiero gritar ni tengo necesidad de hacerlo. Me miro en el espejo y no echo a faltar nada de mi cuerpo. Lo veo totalmente perfecto y, dentro de lo poco que puedo pensar, me pregunto: ¿qué sería una pierna, un brazo, la cabeza? ¿qué función representaban en mi cuerpo anteriormente? Sencillamente, sobraban. No eran imprescindibles para mi felicidad.

   Y me quedé sin cerebro…

   ¡Bip-bip-bip-bip-b……Tuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!

sábado, 3 de marzo de 2012

EL TREN

            A los que se han ido para que puedan volver


           A las cinco de la tarde siempre estoy en el puente de la estación. Una costumbre  que he adquirido a lo largo de  setenta y cinco años y que se ha convertido casi en una enfermedad sin tratamiento.  Muchas veces no llego a permanecer sobre el puente más de tres o cuatro minutos. Vuelvo sobre mis pasos sin saber cuál era el objetivo de la visita pero noto que ese día me ha faltado algo y no sé identificarlo.
          Los trenes me han atrapado en todos los sentidos. En su homogeneidad, en su rectitud pero no en su destino. Han sido llamados a cumplir un cometido importante y lo llevan a cabo sin discusiones, sin paradas innecesarias, sin mirar atrás. Son como los latidos del corazón que dejará de latir sólo cuando la chispa de la vida deje de inyectar electricidad en su generador.
          Desde que mi padre, me llevó por primera vez con cinco años a ver el tren a este puente elevado nunca he faltado a la cita. Aquella imagen lejana de una chimenea que embadurnaba todo de tinieblas a su paso, aquel ruido acompasado que desaparecía cuando el tren pasaba bajo el puente y volvía después diciendo adiós a medida que se alejaba, permitieron a mi imaginación viajar por todos los rincones desconocidos de la tierra.
          Jamás he subido a un tren. Me dan miedo. No quiero que me traguen en su huida y no pueda regresar. No quiero ser un autómata que se deja llevar por una máquina que en su camino carece de alternativas o desvíos.
          Y sin embargo no puedo prescindir de verlos venir, pasar y desaparecer.
          -¿De dónde vienen los trenes, papá?
          - De una estación.
          -¿Y qué hay en la estación?
          -Mucha gente que quiere viajar.
          -Y ¿por qué?
          - (no hubo respuesta)
          -¿Dónde los lleva el tren?
          -A otros lugares donde hay otras casas y otras personas.
          -Y después ¿regresan a casa?
          -Algunos si y otros no.
          -¿Se los come el tren?
          -Los trenes no comen a las personas.
          -(no hubo preguntas)
          -¿Tú también marcharás en el tren, papá?
          Seis años después mi papá fue tragado por el tren. Se lo llevó a otras ciudades, para estar no sé con quién. Cuando lo vi subido en el vagón, de pie, sujetando una puerta sin cerrar, supe que nunca más lo volvería a ver. El tren se tragó a mi padre y se perdió en su rectitud, poco a poco, acompasadamente, sin pausa, hasta desaparecer.
          Por inercia he vuelto al puente todos los días y a la misma hora. Sigo esperando que el tren me devuelva a mi padre. Y, ahora que circulan a gran velocidad y han limpiado su respiración,  puede ser que cumplan lo prometido.