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Nací como un cuento. Crecí como un diario y pienso irme como una historia.

viernes, 27 de enero de 2012

¡UN RESPIRO, QUE ME AHOGAN!

FRANCISCO J. BASTIDA CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL  analiza y aclara la situación del funcionariado.
Gracias por quitarme el "mono" de la culpabilidad.

         Con el funcionariado está sucediendo lo mismo que con la crisis económica. Las víctimas son presentadas como culpables y los auténticos culpables se valen de su poder para desviar responsabilidades, metiéndoles mano al bolsillo y al horario laboral de quienes inútilmente proclaman su inocencia. Aquí,   con el agravante de que al ser unas víctimas selectivas, personas que trabajan para la Administración pública, el resto de la sociedad también las pone en el punto de mira, como parte de la deuda que se le ha venido encima y no como una parte más de quienes sufren la crisis. La bajada salarial y el incremento de jornada de los funcionarios se aplaude de manera inmisericorde, con la satisfecha sonrisa de los gobernantes por ver ratificada su decisión.
        
Detrás de todo ello hay una ignorancia supina del origen del funcionariado.
Se envidia de su status -y por eso se critica- la estabilidad que ofrece en el empleo, lo cual en tiempos de paro y de precariedad laboral es comprensible; pero esta permanencia tiene su razón de ser en la garantía de independencia de la Administración respecto de quien gobierne en cada momento; una garantía que es clave en el Estado de derecho. En coherencia, se establece constitucionalmente la igualdad para acceder a la función pública, conforme al mérito y a la capacidad de los concursantes. La expresión conseguir una plaza «en propiedad» responde a la idea de que al funcionario no se le puede «expropiar» o privar de su empleo público, sino en los casos legalmente previstos y nunca por capricho del político de turno. Cierto que no pocos funcionarios consideran esa «propiedad» en términos patrimoniales y no funcionales y se apoyan en ella para un escaso rendimiento laboral, muchas veces con el beneplácito sindical; pero esto es corregible mediante la inspección, sin tener que alterar aquella garantía del Estado de derecho.

        Los que más contribuyen al desprecio de la profesionalidad del funcionariado son los políticos cuando acceden al poder. Están tan acostumbrados a medrar en el partido a base de lealtades y sumisiones personales, que cuando llegan a gobernar no se fían de los funcionarios que se encuentran. Con frecuencia los ven como un obstáculo a sus decisiones, como burócratas que ponen objeciones y controles legales a quienes piensan que no deberían tener límites por ser representantes de la soberanía popular. En caso de conflicto, la lealtad del funcionario a la ley y a su función pública llega a interpretarse por el gobernante como una deslealtad personal hacia él e incluso como una oculta estrategia al servicio de la oposición. 
         Para evitar tal escollo han surgido, cada vez en mayor número, los cargos de confianza al margen de la Administración y de sus tablas salariales; también se ha provocado una hipertrofia de cargos de designación "libre" entre funcionarios, lo que ha suscitado entre éstos un interés en alinearse políticamente para acceder a puestos relevantes, que luego tendrán como premio una consolidación del complemento salarial de alto cargo. El deseo de crear un funcionariado afín ha conducido a la intromisión directa o indirecta de los gobernantes y sindicatos en procesos de selección de funcionarios, influyendo en la convocatoria de plazas, la definición de sus perfiles y temarios e incluso en la composición de los tribunales. Este modo clientelar de entender la Administración, en sí mismo una corrupción, tiene mucho que ver con la corrupción económico-política conocida y con el fallo en los controles para atajarla. 
        Estos gobernantes de todos los colores políticos, pero sobre todo los que se tildan de liberales, son los que, tras la perversión causada por ellos mismos en la función pública, arremeten contra la tropa funcionarial, sea personal sanitario, docente o puramente administrativo. Si la crisis es general, no es comprensible que se rebaje el sueldo sólo a los funcionarios y, si lo que se quiere es gravar a los que tienen un empleo, debería ser una medida general para todos los que perciben rentas por el trabajo sean de fuente pública o privada. 
       Con todo, lo más sangrante no es el recorte económico en el salario del funcionario, sino el insulto personal a su dignidad. Pretender que trabaje media hora más al día no resuelve ningún problema básico ni ahorra puestos de trabajo, pero sirve para señalarle como persona poco productiva. Reducir los llamados «moscosos» o días de libre disposición -que nacieron en parte como un complemento salarial en especie ante la pérdida de poder adquisitivo- no alivia en nada a la Administración, ya que jamás se ha contratado a una persona para sustituir a quien disfruta de esos días, pues se reparte el trabajo entre los compañeros. La medida sólo sirve para crispar y desmotivar a un personal que, además de ver cómo se le rebaja su sueldo, tiene que soportar que los gobernantes lo estigmaticen como una carga para salir de la crisis. Pura demagogia para dividir a los paganos. 
       En contraste, los políticos en el poder no renuncian a sus asesores ni a ninguno de sus generosos y múltiples emolumentos y prebendas, que en la mayoría de los casos jamás tendrían ni en la Administración ni en la empresa privada si sólo se valorasen su mérito y capacidad. Y lo grave es que no hay propósito de enmienda. No se engañen, la crisis no ha corregido los malos hábitos; todo lo más, los ha frenado por falta de financiación o, simplemente, ha forzado a practicarlos de manera más discreta.

miércoles, 25 de enero de 2012

LA LECTURA DEL ANALFABETO

     El analfabeto tomó del revés el libro que le habían regalado, lo abrió por la primera página  y eso fue el principio de su locura continuada. Miles de veces había intentado aprender a leer pero, por altas o por bajas, por feas o por guapas,  siempre perdió las intenciones y las sustituyó por otras nuevas.

   -¡Cuántas historias me estaré perdiendo! - Decía o comentaba con los amigos. Esos buenos amigos que, de vez en cuando, dedicaban un poco de su tiempo a leerle una carta, un diario, un cuento famoso...
       En realidad, él, era consciente que la lectura  ampliaba el campo de la mente, que podía transportarlo  a otros mundos, a otras dimensiones que en la vida real  no tendrían cabida. Sería como válvula de escape para salir a un área de servicio en la autopista de la vida.

       En estos pensamientos estaba cuando todas las letras de su libro regalado y de la primera página se escurrieron lentamente y se esparcieron por el suelo como en un plato con una sopa de letras. Un puzle sin solución para él en aquellos momentos.

     Quedó paralizado viendo el desorden y la nítida blancura de la página del libro que tenía entre las manos.

       -" Yo no he hecho nada". "Esto es cosa de la estación de servicio en donde me he detenido" - se decía a sí mismo -. 
    El problema es que no tenía coche ni permiso de circulación. ¿Cómo era esto posible?

       Si no sirves para leer, para ampliar el campo de tu mente, deberás dedicarte a barrer la cultura que escriben los demás y que se vuelve a escapar a borbotones entre las manos. Una cultura de color rojo intenso que, su falta, te adelgaza o engorda con facilidad. Las venas se atiborran de varices  y pierden la alegría de la comunicación entre los vasos sanguíneos. 
      Te fuerzan a ser uno más del montón, lleno de achaques, de dimes y diretes, de “sálvames” y entierros, donde puedes despellejar a los demás, aunque estén muertos,  por lo que escuches o supongas, pero nunca lo podrás confirmar y asegurar porque tu cultura ha alcanzado ya, entre líneas,  su fecha de caducidad.

martes, 24 de enero de 2012

CUENTO DE ESTRELLAS

         A las estrellas que nos guían todas las noches



     Asha había encontrado una estrella en el jardín de su casa. Era una estrella pequeña de cinco puntas  y con los ojitos entreabiertos, los labios amoratados y una minúscula intermitencia que emitía señales de restos de vida en su interior. Si no fuera por estos indicios, Asha nunca la hubiera descubierto ni encontrado y la historia nunca hubiera sido contada.
    En un principio, Asha no sabía qué hacer. Tenía miedo de quemarse  al tocarla, pero, algo en su interior, la empujó a agacharse lentamente y acercar la mano temblorosa para recoger aquel trofeo estelar semi-hundido entre el césped. Al contrario de lo que pensaba, la estrella ya estaba casi fría  y el único calor que notó radiaba de sus latidos, justo encima de su corazón. La colocó  entre sus manos  para protegerla y salió corriendo al encuentro de su madre.
     -¡Mamá!¡mamá! – gritó – ¡He encontrado una estrella en el jardín! 
     Sofocada, abrió las manos y  encomendó, a los cuidados maternales, su estrella.
     -¿Se morirá? –preguntó, nerviosa, sin perder de vista las manos de su madre –.
     -No pasará eso, hija. –la tranquilizó– Las estrellas nunca mueren, sólamente duermen. –acercó las manos a las de su hija– Cuando era pequeña  -continuó-  también encontré una estrella como esta en la arena de la playa. La cuidé durante dos o tres días y se durmió.
     -¿Y qué hiciste con ella?
     La mamá no dijo nada y se encaminó hacia la casa.
     -Te diré lo que vamos a hacer. Al atardecer iremos a la playa, nos subiremos a la barca y, cuando estemos lejos de la arena, depositaremos tu estrella sobre el agua. Le daremos una nueva vida.
     -¡Se ahogará! ¡No quiero que la coloques en el mar! Tendrá frío y  acabará perdiendo la poca luz que le queda –dijo Asha entre sollozos-.
………………………………………………………...............…
     La madre remaba en silencio sobre aquellas aguas tranquilas del anochecer y, Asha, con su estrella,
intentaba darle el último aliento de vida. Se arrodilló  y, cuando acercó  su tembloroso cuenco  a las aguas del mar, cientos de estrellas de ojos brillantes la estaban esperando alrededor de la barca.
     Y se la llevaron de la mano bajo la atenta mirada de Asha y de otros miles de estrellas que la protegían desde la inmensidad.
     - ¿Se pueden contar las estrellas, mamá? - y se quedó mirando el cielo-.
     -Todo el mundo puede contarlas. Mira… Una, dos, tres, cuatro,- las iba señalando con  la mano derecha- cinco, seis,  tropecientas mil…
       Hubo un corto silencio estelar...
     -Ahora habrá tropecientas mil… menos una.
     Y esperó la respuesta en forma de recuento  de la madre.